Tu nombre me sabe a Norte

Querido Norte,

Esto no es más que una carta de amor. Una carta de amor eterna. Es un recuerdo constante de este idilio que comenzó allá cuando ni si quiera mi memoria recuerda y en mi cabeza solamente estaban tus nubes grises, tu lluvia y ese manto gris, el sonido del mar y tus costumbres para mí siempre tan exóticas. Y tu marcado acento. Ese acento del que no me logro deshacer, como un embrujo, un hechizo o un conjuro lanzado en alto sobre mí, sobre el “Eguzkilore” que llevo como amuleto al cuello.

Y no puedo ser fiel a una sola parte de tu terreno, aunque tenga un sitio predilecto. Porque siempre fue así, siempre lo pensé, ¿no sé si me enamoré de ti o de la ciudad? Y es algo que jamás descifraré. Porque la atracción sigue, el enamoramiento no se disipa. La llamada parece no interrumpirse nunca…

Yo llevaba unas botas azules y tú apareciste bajo un paraguas y paseamos de la mano, mientras el mar era cómplice de algo que empezó absurdo, tan absurdo como su final. Nos bebimos el mar, nos bebimos los recuerdos a golpe de sidra y a veces, me los vuelvo a beber en la soledad de ese campo de recuerdos. Y un “Gabon” en mi oído que aún escucho, ecos de otra vida, de otra dimensión.

Yo llevaba un abrigo y tú apareciste con una nevada a tus pies, ahí, en un rincón de una estación. Tú eras alto y tus rizos… rebeldes, como tú. Me fascinó. Tanto como tu habla, como tu voz, como tu acento. Jugamos a ser amigos sin conocernos de nada. Jugamos a ser lo que quisiera esta vida extraña que fuéramos. Y dudo que lo olvide, es más, no quiero hacerlo nunca. Tú también eres norte. Siempre nos quedarán esas cañinas, y la luna alta en Ponferrada, allá donde se pose, porque no sé si algún día atisbaré a saberlo.

Y escucho los acordes de una canción que me hace llorar, que también sabe a rincones de una bella Galicia, a la que añoro visitar. Volver a sentir el viento en la Torre de Hércules y admirar esa Rosa de los Vientos y dejarme llevar de nuevo y siempre por el sonido del aire, o son do ar. O son do ar desde que era niña…

Y no sé por qué, ni nunca lo entenderé. Dicen que los polos opuestos se atraen, debe ser mi caso, yo del Sur, de la tierra del calor, del cielo eterno azul. Confieso, confieso que siempre fuiste tú. Confieso que no puedo con tus voces, con tus expresiones, con tus montañas y tus bosques frondosos, con tu mar salvaje, con tu frialdad que me arropa y me acoge como si yo fuera una más, como si tal vez, yo fuera algo especial. Y todas tus palabras resuenan en mi cabeza y yo me enamoro más de ti. De todo en tu conjunto, de toda tu extensión sin excepción. De todo lo que baña el Cantábrico, con todos tus rincones y todos tus sabores, con toda esa magia especial, que te hace estar siempre en mi cabeza. Solo quiero volver, volver a tenerte en frente, volver a perderme. Volver a caer en tus redes y que nunca me sueltes.

Me despido con un hasta luego que parece eterno, pero que pronto verá su final. Y sostendré tu mirada una vez más, sé que el viento y la lluvia volverán a aquellas botas que ya no son azules. Y miraré, como la romántica que soy, todo aquello de lo que una vez me enamoré.

Hasta pronto.